Si hay algo en este mundo de lo
que podemos dar gracias es tener la virtud de oír, o más bien, de saber oír,
escuchar, interpretar y entender todos los sonidos y ruidos que conforman
nuestro día, pues ellos son los que nos conforman a nosotros.
La música es una mezcla de
sonidos, melodías, y ruidos que pueden ser interpretados como llantos, alegrías,
rencores, sufrimientos, caricias, esperanzas, etc. Esto es lo bello de todo:
cada uno escucha lo quiere escuchar y otros escuchan lo que necesitan escuchar.
Todo gira alrededor de la subjetividad del oído y la mente, pues ellos son los
que nos hacen vivir lo que oímos.
La influencia que tiene sobre
nosotros los sonidos es espectacular, pero sin duda alguna el poder y jerarquía
de la música es incomparable. Todos los días encontramos a alguien jugar con
los sonidos, ya sea desde el niño aburrido en la escuela golpeando la mesa con
la pluma repetidas veces, hasta el silbido vago y automático que viene de la
impotencia de no poder hablar en una sala de exámenes finales; pero no todos
los días nos damos cuenta que inconscientemente, con acciones como estas, nuestro
subconsciente trata desesperadamente de crear una melodía que calmen nuestras
necesidades, que nos haga sentir más tranquilo y que nos de la confianza
necesaria para que seguir haciendo lo que debemos… trata de hacer música.
Y… ¿Qué pasa cuando tenemos éxito
y logramos crearla? Pues depende mucho la interpretación que se le dé a nuestra
creación, ya que si es una obra de la cual se desprende el mismo mensaje que quisimos
y sea comprendido por los demás, de la misma manera en la que lo entendemos nosotros,
tendremos éxito.
Crear música es un don que no
muchos tienen, pero sin duda alguna todos podemos disfrutar de ella, siempre y
cuando aprendamos a escucharla donde sea que aparezca y no donde nos obliguen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario